La Leyenda de la Campana Castigada
Se cuenta que un día alrededor de 1850, un acolito acompaño a un campanero a la torre, con el fin de repicar y doblar las campanas para un servicio vespertino que se daría en nuestro máximo templo católico, siendo el caso de que al tiempo de que el operario empieza a mover la campana mayor, el monaguillo se coloca imprudentemente cerca de la zona de vuelo con tan mala suerte que recibe un golpe en la cabeza de aquel metal, siendo tal impacto que lo priva del conocimiento y al poco tiempo fallece.
Después del aquel suceso, el cura párroco decide imponer un castigo a la campana; su sentencia fue quedar muda por los siglos de los siglos, y para el efecto le manda privar de su badajo.
Además de quitarle el badajo le pintaron un cruz en señal de la muerte que había ocasionado.
Dicen que años después un campanero, nuevo en el oficio, se atrevió a violar dicha sentencia, y con un badajo suelto aplico un golpe a la campana, y solo salió un sonido lastimero pues el tañer tenia una resonancia tan triste, que se cuenta que son los lamentos del alma de aquel acolito fallecido quien le transmite ese tipo de sonoridad.
Hoy esta campana, que tal vez fue fundida en el año de 1897 o poco antes, elaborada con bronce y estaño y que pesa casi dos toneladas, descansa, castigada, en el atrio de nuestra hermosa catedral de Santiago.
La campana sigue ahí, muda, triste y melancólica, porque no puede usar su canto una vez mas, por aquel fatídico día que dio muerte a un monaguillo que aun podría estar en ese campanario, cumpliendo su eterno castigo, la soledad de su propio sonido, triste y lloroso…
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