Por Ariel Gutiérrez Cabello
En el verano de 1886, Tomasichi instaló un hotel en una vieja casona frente a la Plaza de Armas, justo donde está hoy la Escuela de Ciencias Sociales de la UAdeC
A raíz de la llegada del ferrocarril, septiembre de 1883, la economía de la ciudad y la región experimentó notorios cambios. La velocidad del tren permitió traer en menor tiempo y sobre todo mayor volumen de mercancías, de igual manera la línea férrea trajo consigo viajeros de todas partes, comerciantes, educadores, comisionistas, clérigos, ministros protestantes, ingenieros, algunos viajeros llegaron a probar fortuna a la ciudad donde lograrían establecer negocios con cierto éxito.
Entre los personajes que arribaron a Saltillo se encontraba el dálmata Simón Tomasichi Leanaude, originario del territorio de Dalmacia, en este tiempo perteneciente a Austria, donde nació en 1844. A los 24 años Tomasichi llegó a la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, 4 años después contrajo matrimonio con Cecilia Thomas Lamblais, la pareja se trasladó a Nuevo Laredo y de ahí, tiempo después decidió venir a Saltillo.
En el verano de 1886, Tomasichi instaló un hotel en una vieja casona frente a la Plaza de Armas, justo donde está hoy la Escuela de Ciencias Sociales de la UAdeC. El periódico “El Coahuilense” consigna en su edición del día 25 de agosto de 1886 la relevante noticia de la apertura del establecimiento, la peculiar nota cuenta lo necesario que era un hotel de esta clase para la ciudad, ya que los demás hoteles no estaban a la altura de la capital de Coahuila. Este negocio puede considerarse como el primer hotel moderno en la ciudad, años atrás existían hoteles como el “Filopolita” por la calle de Juárez, y el “San Esteban” por la calle Victoria, y decenas de mesones y posadas.
Años después el propietario decidió mudarse al edificio que ocupaba el Hotel San Esteban, el cual era manejado por un señor de apellido Barrow; el nuevo local ofrecía más espacio y los tranvías que llevaban a los principales puntos de la ciudad pasaban por enfrente del hotel cada 5 minutos. El hotel de Simón Tomasichi contaba con 30 habitaciones, decentemente amuebladas, ventiladas y los precios sin competencia, tal como lo dictaba uno de los anuncios de la época.
Sin duda fueron las ventajas competitivas que impuso Tomasichi las que convirtieron al hotel en el preferido y más importante de la ciudad; ofrecía el plan americano, pago por día, con un costo de dos pesos por noche, la novedosa promoción y venta de bebidas a través de fichas; en el restaurante el mismo Tomasichi preparaba comida francesa, española e italiana. La atención a los viajeros, se decía, era esmerada y por si fuera poco se hablaba francés, español, italiano y eslavo.
En aquella época los cuartos no tenían baños con agua caliente, bueno, tampoco fría. Para el aseo de manos y cara, las habitaciones disponían de un aguamanil, jarra con agua, jabón y una pequeña toalla, los huéspedes que deseaban tomar un baño completo tenían que viajar a la hacienda de Altamira, lugar donde supuestamente las aguas tenían propiedades curativas; otra opción más cercana eran los baños de San Lorenzo, situados a una distancia de tres kilómetros del hotel, con un costo de seis reales la hora; ocho reales equivalían a un peso.
La Guía de México, editada en Nueva York en 1890 por Thomas A. Janvier, reseña la experiencia vivida en el hotel y describe a Tomasichi como un “italiano” grandote y tambaleante, con gran capacidad para expresar una profunda negación, moviendo el dedo índice derecho y su larga nariz en direcciones opuestas.
Tomasichi murió en Monterrey en 1908. Antes de su partida traspasó el hotel a Nicolás Sáinz, quien lo llamó Nuevo Hotel Tomasichi; Sáinz continuó el legado de Tomasichi de la buena hotelería. En los años 30 del siglo 20, sus hijos se asociaron con la familia Arizpe, de esta unión nació el Hotel Arizpe Sáinz, que muchos años fue el predilecto para alojarse, cerró sus puertas a mediados de los años 80, rompiendo la tradición de más de 100 años de existir un hotel en el mismo número 234 de la calle Victoria.