por Daniel Valdés
El relato de esta ocasión tuvo lugar en donde actualmente es la primera zona industrial, justo frente a la empresa Cinsa, en una de las antiguas viviendas que se encontraba rodeada de pirules y que incluso todavía hay muchos arboles de este tipo en ese lugar.
A principios del Siglo XIX, por esa zona solo existía la antigua Ladrillera del Norte, que se estableció en ese lugar para explotar la arcilla de un arroyo cercano.
Los hechos de esta leyenda ocurrieron en el patio posterior de una casa levantada en esa época, por el actual bulevar Isidro López Zertuche, frente a la Cinsa, donde aún permanecen los centenarios pirules, que fueron mudos testigos de estos sobrenaturales acontecimientos.
Este relato forma parte del libro del arquitecto Juan Marino Oyervides Aguirre y en su momento fue publicado en El Diario de Coahuila, de acuerdo a los testimonios de Graciela Jiménez de Lira y Luis Herrera, vecinos de esa vivienda.
El comienzo
Uno de los protagonistas de esta leyenda es Jesús del Ángel, quien vivió en esa vivienda y murió a finales de la década de los sesentas del siglo pasado.
En el tiempo que habitó esa casa, vivió con su prima, una mujer de avanzada edad, que era conocida como la Tía Alina, quien ejercía una autoridad tutelar en la familia y falleció poco después que Don Jesús.
Este personaje tenía conocimientos de albañilería y fue quien construyó la vivienda. También se supo que fue ferrocarrilero y fue dueño de una próspera cantina.
Una de las cualidades que se le conoció a Don Jesús es que era muy ahorrativo. Por eso corrió el rumor de que escondía su dinero en el interior de una noria, que estaba en el patio posterior de la finca.
Al paso de los años, Don Jesús se hizo anciano y enfermó de un inexplicable padecimiento y después de su muerte se dijo que su muerte se debió a un “mal puesto” por una ambiciosa dama, que pretendía quedarse con su dinero. Pocos años después, también murió la tía Alina.
La señora Graciela y su esposo eran vecinos de Don Jesús y el relato indica que años después, durante una noche despertaron por un intenso resplandor de las llamas en la vivienda contigua.
Al ver el intenso fuego que salía de puertas y ventanas de la casa donde vivía Don Jesús, intentaron apagar el fuego con tinas de agua, pero resulta que al acercarse a la puerta principal, las llamas cedían y retrocedían al interior de la vivienda.
Conforme avanzaron por el zaguán y el resto de la casa, también las llamas retrocedían. Su asombro fue mayor cuando llegaron al patio interior y entre la lumbre vieron la silueta de una mujer, a quien reconocieron como la Tía Alina, que estaba sentada en el borde de la noria.
Al fondo y con el resplandor de las llamas, se alcanzaba a ver los frondosos pirules. En su estupor, recuerdan que la mujer levantó su mano izquierda y con voz cavernosa les dijo: “Salgan de aquí, así como han visto arder esta casa, arden sus almas”.
Aterrorizada, la pareja salió de la vivienda, aunque ambos pudieron ver cómo el fuego se extinguía a su paso, hasta perderse entre los pirules y la noria.
Sin rastro
A la mañana siguiente y con la luz del día, se armaron de valor para acudir a comprobar la experiencia de la noche anterior y se llevaron la sorpresa de que en muros y techos no había huella de fuego, ni hollín.
Puertas y ventanas estaban apolilladas, llenas de tierra por el abandono, pero sin marca alguna de que hubiese acontecido algo especial. Esto los convenció de que habían sido víctimas de un fenómeno sobrenatural y de una visión extrasensorial artificiosa de un fuego inexistente.
La pareja Jiménez relató que días después hubo otro acontecimiento, que también fue intrigante y curioso.
La señora Graciela acostumbraba lavar la ropa y tenderla al sol en cuerdas que pendían en su patio y llegaban hasta la noria de la casa vecina, que en ese tiempo ya estaba abandonada.
En uno de esos días, dejó la ropa y entró a su casa a continuar con otras actividades. Cuando regresó no estaba la ropa. La buscó entre el patio y los pirules, sin resultado, hasta que vio algunas de las prendas en el fondo de la vieja noria.
Lo que más le intrigó de este acontecimiento, es que ese día no hubo corrientes de viento, que hubiesen hecho volar la ropa.
Estos acontecimientos fueron suficientes para convencer a la familia Jiménez a cambiarse de domicilio, temerosa de la presencia de esos fenómenos en la finca contigua. Además, los patios se comunicaban y no había barda de por medio.
Se fueron con la interrogante sobre la aparición de la silueta de la Tía Alina y lo que custodiaba, en el interior de esa noria.
Publicada en el Diario de Coahuila (22 Enero 2021)