Las Boticas de Saltillo Antiguo
Por Ariel Gutiérrez Cabello
La palabra botica viene del griego “apotheka” que significa bodega, botiga, botiquín, almacén y tienda donde se venden productos medicinales y es el lugar donde se producen remedios o medicamentos. La palabra farmacia proviene del griego “pharmakon”, que significa remedio.
Desde tiempos remotos el hombre ha tenido el deseo de curar el dolor, las enfermedades y evitar la temprana muerte. En los primeros años de la conquista, Hernán Cortés fundó el Hospital de Jesús, ahí se instaló la primera farmacia del Continente Americano y dicha institución sigue en servicio.
En 1835 el doctor José Eleuterio González, llamado cariñosamente Gonzalitos, abrió en la ciudad de Monterrey la cátedra de medicina y farmacia. El objetivo del doctor González fue formar boticarios profesionales que tanto hacían falta en el noreste de México. Entre los primeros alumnos figuraron Mauricio Serna, Jesús Sánchez, Román Manrique y Vicente Sepúlveda, los primeros tres abrieron sus propias boticas; Serna en Linares, Sánchez en Victoria y Manrique en Saltillo; Sepúlveda se hizo cargo de la botica del hospital de Monterrey.
En 1835 el Ayuntamiento de Saltillo, autorizó al señor Antonio Goríbar establecer una botica. Goríbar la llamó Botica de Guadalupe, ubicada frente a la Plaza de Armas, en la esquina de Ocampo y Zaragoza.
UNA ANÉCDOTA SINGULAR
El cronista y escritor saltillense José García Rodríguez nos legó un interesante relato sobre la Botica de Guadalupe. “En los estantes de color verde los tarros de porcelana, en cuyo negro marbete se destacaron con letras doradas nombres estrambóticos. Algunos de los cuales a medias entendidos sugerían a los profanos ideas de espanto y de muerte.
“Arsenicum Lodatum”, “Causticum”, “Chamomilla”, “Matricaria”, “Chinchona Officinalis”, “Strynchos Nux Vomica”, “Ipectacuanha”, “Opium”, “Secale Cornutum”… frascos de cristal con palo de orozús, azúcar cande y pastillas de goma.
“En el sotabanco el bote de la manteca, el balde con sanguijuelas y el garrafón de agua destilada, en el centro del mostrador, el fanal de vidrios opacos, camarín misterioso de las balanzas de precisión, de las espátulas, de los morteros donde se forjaba la salud o la muerte en forma de píldoras, papeles y cucharadas y en uno y otro lado, como ventrudos heraldos, los globos de cristal con agua de color y sendas lámparas detrás que lanzaban en la noche, sobre el oscuridad de la Plaza de Armas su emblemática luz roja y verde”.
SERVICIO A LA CARTA
Los boticarios preparaban manualmente los medicamentos a base de sustancias vegetales, animales y minerales. Después de estudiar las fórmulas magistrales, procedían a machacar, mezclar las diferentes sustancias que muchas de las veces terminaban en una masa, la cual se pasaba por un rasero, se partía y se redondeaba para terminar en pequeñas píldoras, por el mal sabor, se vertía azúcar quemada o dorada, de ahí la expresión “dorar la píldora”.
LA PROLIFERACIÓN
En el año de 1863, el señor Juan Salcedo solicitó a la autoridad un permiso para unir su botica con la Botica del Refugio. En 1867 el Gobierno Municipal de Saltillo comenzó a exigir título a las personas para poder ejercer como médicos y boticarios. En 1870 María Magdalena Sánchez solicitó que se le concediera licencia para abrir una botica bajo la dirección del Dr. José María Barreda, dos años más tarde el doctor Barreda abrió su propia botica llamada De León.
Otro famoso boticario fue Sóstenes de la Fuente, quien sugirió al ayuntamiento que las boticas tuvieran un farmacéutico responsable. En el año de 1880 se clausuraron varias boticas por no tener farmacéuticos titulados, un año más tarde, Hurst y Hernández operaban una botica en el centro de la ciudad. En la misma década el doctor Dionisio García Fuentes abrió su botica en la calle de Zaragoza.
El Anuario Coahuilense para el año 1886 de Esteban L. Portillo, menciona las siguientes boticas en la ciudad: Botica de Guadalupe, ahora en manos de Hilario Hernández, situada en Plaza de la Independencia, San Luis de Juan D. Carothers, localizada en los portales de la Independencia, Botica de León del doctor Mauricio G. Barreda, Allende y la antigua calle del Teatro, hoy Abbott, Botica Hidalgo y consultorio del doctor José I. Figueroa.
Antes de finalizar el siglo XIX, el doctor Juan Cabello Siller inauguró la Botica de la Merced, en la antigua calle de Iturbide hoy Pérez Treviño, después estuvo al frente su hijo Edmundo Fausto, quien estudió farmacéutica en San Antonio, Texas.
Por el año de 1900 abrió sus puertas la Botica Zaragoza del doctor José María Rodríguez en Hidalgo y Juárez.
DE TODO COMO EN BOTICA
En los primeros años del siglo XX, por la falta de control y regulación de la autoridad se abrieran decenas de boticas, el Consejo de Salubridad e Higiene Pública del Estado hubo de clausurar varias boticas donde se expedían vinos no medicinales y casas de abarrotes que vendían medicinas.
BOTICA DE TURNO
En el mes de julio de 1915, los dueños y encargados de las boticas de la ciudad acordaron establecer un servicio nocturno para la venta y el surtido de recetas, las boticas de turno tendrían que permanecer abiertas por las noches para cualquier emergencia, esta vieja costumbre estuvo vigente hasta los años setenta del siglo XX.
NOTABLES DIFERENCIAS
En las boticas a diferencia de las farmacias, se pueden encontrar productos que ahí mismo se preparan, medicamentos y remedios que usaban nuestros abuelos y que siguen vigentes hoy en día, tales como soluciones en champúes para los piojos, la famosa Pomada del Soldado, cuya receta data de mediados del siglo XIX, la cremas para mitigar dolores de desgarres, torceduras, dolores musculares, cansancio y el estrés.
Se pueden conseguir remedios para aliviar el empacho, o dolor de estómago por menos de 20 pesos, en la farmacia una medicina de patente puede llegar a costar hasta cuatrocientos pesos.