La Leyenda del Tesoro de Angelita en el Águila de Oro
por Daniel Valdés, publicada en el Diario de Coahuila.
En vida, la señora Angelita era muy querida por toda su familia, amigos e incluso los vecinos del barrio, quienes la visitaban constantemente, pues solía ser una persona que sabía escuchar a los demás, daba muy buenos consejos y las tardes con ella eran muy amenas.
Justo en donde se ubicaba el corral de su propiedad daba hacia el Fortín de Carlota, lo que ahora se conoce como el Mirador de Saltillo y en donde se localiza la Plaza México.
La leyenda
Con el tiempo, por cuestiones de salud, el esposo de Angelita falleció, pero entre los habitantes de la comunidad corría el rumor de que había dejado un tesoro enterrado en las faldas de la loma, lugares en los que también se dice que fueron enterrados muchos otros por las tropas invasoras de Estados Unidos.
Por años, mucha gente estuvo indagando por la zona, algunos llegaban con palas y carretillas, pues creían que darían con aquel tesoro que el esposo de Angelita había dejado para ella y sus hijos.
Sin embargo, esto no fue así, pero parecía que a todo aquel que acudía a excavar o andaba en busca del supuesto tesoro le caía una maldición, ya que al tiempo de haber estado en la propiedad de Angelita, morían trágicamente.
Aunque los Aguirre García jamás estuvieron de acuerdo con que otros ingresaran a su vivienda para tratar de encontrar dicho tesoro, lo más curioso era que cuando los integrantes de la propia familia realizaban estas búsquedas no les pasaba nada.
Se lleva el secreto a la tumba
Por años, antes del fallecimiento de la señora Angelita Aguirre, llegaban a su hogar tanto locales como gente de otros estados como Nuevo León, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango y Chihuahua.
Los visitantes buscaban hacer plática con Angelita para conocer su historia y saber por qué su esposo le dejó un tesoro enterrado y no se lo dio antes de morir, así como también preguntarle si ella sabía algo que no quería decir para que aquella supuesta fortuna jamás fuera descubierta.
En el lecho de su muerte, la señora compartió con sus hijos las historias que vivió a lado de su querido esposo, el señor García, a quien siempre le agradeció por todo lo que le dio en vida.
Entre una de las historias, relató que en un espacio de su vivienda, cuando estaba embarazada de su primer hijo, su esposo le puso un columpio para que ella pudiera disfrutar, sentirse libre y jugar con el bebé que venía en camino.
Angelita aprovechaba cada oportunidad para salir de casa, a dar una vuelta por el corral y llegar a ese bonito lugar en el que se colocó el columpio, a donde el señor García siempre la acompañaba y le daba vuelo para pasar un buen rato juntos.
Con el paso de los años, los entonces niños García Aguirre también disfrutaron de ese juego, por lo que al verse deteriorado fue retirado del sitio para evitar algún accidente.
A los días de que Angelita falleció, uno de los hijos recordó aquella dulce historia que les contó su querida madre, por lo que compartió con sus hermanos que tal vez ese sitio en donde se encontraba el columpio podía ser la clave de todo.
Nada volvió a ser igual
Todos los hermanos decidieron reunirse una tarde en casa y ponerse manos a la obra, así que por ese día determinaron que no recibirían ninguna vista.
Con picos y palas comenzaron la excavación, pues luego de tantos años de haber jugado en el columpio, sabían exactamente dónde estaba colocado.
Por horas y horas los hermanos estuvieron contando varias anécdotas que recordaban de su infancia en esa zona de la vivienda, mientras excavaban más y más profundo.
Luego de algún tiempo, uno de ellos sintió que su pala chocó con un objeto extraño y duro… Finalmente, habían logrado dar con el tesoro que su padre había dejado enterrado.
Los hermanos sacaron el cofre, el cual tenía un candado con varias cadenas que lo rodeaban, y en el suelo, bajo este objeto, se encontraba una llave. Sacudieron la tierra que quedó encima y abrieron el tan deseado tesoro.
Vaya sorpresa que se llevaron los García Aguirre, pues dentro del cofre no había ninguna sola moneda o billete, como se creyó durante mucho tiempo. Lo que en realidad resguardaba aquel tesoro eran cartas y fotografías de dos enamorados que, por años, compartieron sus vidas y qué fruto de aquel amor también contenía las imágenes de los hijos de la familia.
Entre un mar de lágrimas, tras haber visto aquellos recuerdos, los hermanos decidieron cerrar el cofre y volver a enterrarlo; sin embargo, después de ese día nada volvió a ser igual.
En los pasillos de la casa, habitaciones, en el patio y el corral se escuchaban ruidos extraños, en ocasiones que eran confundidos con pisadas.
Varias veces los hermanos vivieron extraños sucesos inexplicables que hasta la actualidad, según se dice, siguen presentes en la casa de aquel antiguo barrio de Saltillo, a donde todavía acude gente en busca del tesoro.