La Leyenda de Clarita en el Bosque Urbano de Saltillo
por Liliana Solorio
Una peculiar historia se desarrolla dentrodel Bosque Urbano, pues según vendedores del parque, desde que llegaron, se les contó una historia que sucedió en esa zona de vendedores, justo en la entrada del bosque. Y es que hace 12 años, un hombre proveniente de la Ciudad de México llegó a la ciudad de Saltillo en búsqueda de una oportunidad para vivir en una ciudad más tranquila, por lo que acogido por las buenas costumbres y calidez de los saltillenses, emprendió un negocio en estas casitas de snacks del famoso parque, por lo que muy entusiasmado arrancó este negocio en compañía de su esposa, quien se encontraba embarazada de su primogénita.
Fue así como todos los días, en punto de las 11:00 de la mañana, habría su casita de snacks, en la cual su producto más fuerte era el algodón de azúcar, siendo su variedad de colores, pues tenía desde azul, rosa, amarillo, morado y verde, que causaba que los niños se le fueran los ojos y emocionados le pidieran a gritos a sus padres una de esas “nubes de sabor”
Esta escena dibujaba una sonrisa en Alberto, quien a sus 33 años de vida, aún mantenía ese espíritu de niño, fue así como conoció a Clarita, una niña de cuatro años quién siempre que acudía al parque le pedía un algodón de azúcar rosa.
La niña la describen como dulce, tierna, con unos ojos verdes, realmente cautivadores, vistiendo un vestido blanco con calcetas del mismo color y zapatos plateados. Esto causó intriga a Alberto, quien en repetidas ocasiones se cuestionó la vestimenta de la niña, ya que siempre acudía con la misma ropa.
A pesar de cuestionarla varias veces, nunca conseguía una respuesta, a pesar de eso siempre la atendía con mucha amabilidad en todas y cada una de las ocasiones que le pidió un algodón de azúcar, sin embargo, siempre que intentaba cobrarle, unos gestos de tristeza inundaban su rostro, pues no contaba con los cinco pesos para pagar el algodón.
La duda
Las primeras veces sin dudarlo, Alberto le regaló el algodón de azúcar, sin embargo, a la cuarta ocasión, le pareció un poco extraño que nunca la había visto con su mamá o su papá, por lo que un día con una bella sonrisa le preguntó el nombre, a lo que la niña respondió Clarita. La niña lo miró fijamente a los ojos y le agregó “¿tienes mucha curiosidad, verdad Alberto?”, pregunta que sorprendió el hombre por el tono de voz de la niña, además de qué jamás titubeó a pesar de solo tener cuatro años de edad.
Con un amplio vocabulario y mucha fluidez al hablar, la menor le dijo que su mamá se encontraba muy cerca del lago, pero que no tenía dinero para pagarle el algodón de azúcar, Alberto se llegó a imaginar que quizás su madre trabajaba para el parque, por lo que decidió ser más observador de quiénes entraban y salían del bosque, para encontrar a la madre de Clarita.
Desde ese día, no dejo de ver ni un minuto hacia la puerta esperando la salida de la niña en compañía de su mamá, sin embargo, el parque cerró sus puertas al público y nunca vio salir a Clarita, por lo que imagino que en algún momento mientras cobraba o atendía a alguien, ellas habían salido sin ser vistas por él.
El hombre llegó a su casa y le contó a su mujer lo que ocurría con esta peculiar niña, aunque jamás le dijo su nombre o como se vestía, solo menciono el hecho de la falta de la familia de la pequeña.
Este hecho se le hizo extraño a su esposa, pero le dijo que mejor prestara mayor atención cuando la fuera atender y que le exigiera que su mamá se presentara para poderle dar un algodón de azúcar.
Alberto asintió, reconociendo que era una buena idea, por lo que cuatro días después la niña nuevamente apareció en su casita de snacks, lo saludó y le dijo que quería un algodón de azúcar, a lo que el hombre le dijo que si, siempre y cuando su mamá se presentara.
Conoce la leyenda
Clarita hizo una mueca y le respondió que eso estaba un poco difícil, ya que su mamá estaba un tanto ocupada en el lago, por lo que el hombre le dijo que él acompañaría para verla.
Así, juntos, comenzaron a caminar hacia el lago del bosque, una vez que Alberto preguntó en donde estaba la mamá, Clarita le sonrió y le señaló el lago, a lo que el vendedor, un poco confuso, no comprendía lo que ocurría.
Al seguir caminando, y en un abrir y cerrar de ojos, Clarita desapareció de su vista. Mientras asimilaba lo que había pasado, un guardia del lugar lo encontró y al ver pálido al vendedor, le preguntó qué le ocurría, Alberto, aterrado, le contó sobre Clarita.
Tras escuchar la historia, el guardia se rio a carcajadas, Alberto, extrañado por la reacción del guardia, pidió una explicación, a lo que el cuidador terminó contándole la leyenda de la niña del algodón de azúcar.
Esta pequeña había sido vista por varios guardias anteriores y que incluso algunos habían tenido contacto con la menor, sin embargo, le confesó que era un fantasma y que la madre de la niña, al igual que ella, habían fallecido en el lago, algo muy extraño, pues el lago no tenía profundidad suficiente para que se ahogaran.
Su futura hija
Tras escuchar la historia, Alberto sintió como la piel se le enchinaba de terror, por lo que en cuanto llegó a su casa, quería contarle tan horrible hecho a su mujer, a quien encontró despertando de una siesta. Antes de que el vendedor pudiera decirle una palabra, su esposa lo detuvo y alegre le dijo que había tenido un sueño hermoso, donde había logrado ver a su hija, la cual pronto iba a nacer.
La mujer lo decía con tanto entusiasmo que el hombre le permitió que ella primero hablara, en un principio del sueño la descripción era un tanto vaga y sin detalles, sin embargo, cuando la mujer comenzó a describir a la niña de su sueño, comenzó a realizar señas muy parecidas a la forma de vestir y hablar de Clarita.
Tras escuchar esto, el hombre comenzó a dibujar a la pequeña que le pedía siempre un algodón de azúcar, al enseñarle sus trazos, la mujer emocionada dijo que era exacta a la niña de sus sueños.
Alberto estaba aterrado, pero su esposa aún no terminaba la historia, ya que, según su mujer, la niña le dijo que una vez que naciera la llamaran Clarita, esto provocó que el vendedor sintiera un escalofrío en todo el cuerpo, así que decidió vender su puesto y regresar junto a su mujer a la Ciudad de México, esperando dejar atrás a aquella niña a la que le regalaba algodón de azúcar.
Publicada en el Diario de Coahuila