Por Ariel Gutiérrez Cabello
Los hechos acontecieron en la casa marcada con el número 211 de la calle de Padre Flores, justo frente a lo que se llamó en su tiempo Jardín de los Hombres Ilustres, hoy Plaza Acuña
Hace casi ochenta años, el periodista Eduardo Valverde escribió en el periódico El Diario, un artículo titulado La Casa del Misterio, relataba la muerte de un conocido abogado de la ciudad y una serie de raros acontecimientos que supusieron que se había tratado de un crimen.
Los hechos acontecieron en la casa marcada con el número 211 de la calle de Padre Flores, justo frente a lo que se llamó en su tiempo Jardín de los Hombres Ilustres, hoy Plaza Acuña.
A comienzos de la década de 1890, la hermosa residencia se construyó a todo lujo. Contaba de enormes recámaras, las ventanas y puertas en forma de arco lucían enormes vitrales, las escaleras de fina madera fulguraban balaustrados torneados y, en el patio central una bella fuente rodeada de un jardín.
El detalle más notorio de la fachada era el balcón, corría de extremo a extremo, algo así como la versión saltillense de la mansión Borda de la ciudad de México. Al mirador exterior lo protegía un barandal de elaborada herrería y soportado por cinco columnas de hierro fundido. Sobre la cornisa, cinco acróteras recibían ornatos de cantera, en el centro un pequeño frontis recordaba la fecha de la construcción del palacete, el dueño, licenciado Mariano Sánchez Peña la destinó para vivir junto con su familia.
El abogado gozaba de una fuerte amistad con el Gobernador de aquellos años, el coronel José María Garza Galán, ambos llevaban un sólido compadrazgo, Garza Galán apadrinó a uno de los hijos del licenciado, quien llevaba no por casualidad el nombre de José María.
Cierto día, Sánchez Peña, desempeñándose como secretario del congreso local, tuvo una fuerte desavenencia con el Gobernador, se desconoce el motivo del enfado, pero conociendo el carácter autoritario del Gobernador, es probable que haya pedido cosas que pudiesen comprometer o traicionar los principios del licenciado. La rencilla no tenía traza de arreglo, entre más tiempo pasaba los rencores se acrecentaban por parte del Gobernante hacia su compadre.
LA MUERTE ACIAGA
Por motivos de trabajo, el abogado tuvo que salir a la ciudad de Parras, al llegar, empezó a sentirse mal, pronto decidieron trasladarlo a Saltillo y recluirlo en la casa del balcón. Se dio la orden por parte del Gobernador de poner guardias a la entrada de la casa, para no permitir la entrada a nadie, ni siquiera a sus familiares, solo podría pasar el personal médico.
Conforme transcurrían las horas, la gravedad iba en aumento, al tercer día, el abogado exhaló su último suspiro, murió solo, sin que nadie le hubiera dando consuelo. Se prohibió a la familia de no ver ni sacar el cadáver. Los médicos narraron que el cuerpo había quedad ennegrecido, las autoridades advirtieron que se trataba de tifo una enfermedad peligrosa y contagiosa. La propiedad fue declarada en cuarentena, la puerta quedó sellada y protegida por elementos de la fuerza del Estado.
Favorecidos por la quietud y oscuridad de la noche, el mismo día del deceso, familiares y amigos burlaron, seguro compraron a los guardias que custodiaban la casa, armados con escaleras y cuerdas lograron subir por el balcón y meter un ataúd de madera, sustrajeron el catafalco con el extinto por el mismo balcón. Durante la arriesgada maniobra, el único testigo fue el viejo reloj de Catedral, justo en ese momento marcaba y sonaba las doce campanadas de la media noche. El cortejo partió hacia el panteón donde fue enterrado momentos después.
El difunto abogado dejó valiosos activos, entre ellos la Hacienda de Las Vacas, la Casa del Balcón, numerosos terrenos y un pasivo de 10 mil pesos. Rápidamente los deudores se apresuraron a cobrar la cuantiosa deuda a la viuda. Los bienes fueron rematados y apenas se completó para pagar el monto de la deuda, al final la viuda, señora Petra Sánchez quedó en la ruina.
ES UNA ANTIGUA CASA RODEADA DE MISTERIO
El esclarecimiento de la muerte nunca vio la luz pública, versiones de la época hablaban de un envenenamiento como venganza política, debido al pleito que tuvo con el Gobernador Garza Galán.
Después del litigio la casa fue comprada por el comerciante y banquero Marcelino Garza Villarreal, quien la habitó con su familia por varios años. Luego la propiedad pasó a manos de don Juan Dávila de la Fuente.
Poco antes de 1933, se estableció ahí una noble institución, el Centro Cultural Saltillo, dirigida por el jesuita Antonio Romero y un grupo de intelectuales de la época, entre ellos Oscar Dávila, quien editó por años la revista Cultura, órgano informativo del centro, los objetivos eran varios, llevar la cultura a quien la necesitase, platicas de orientación y cursos de lectura, escritura e idiomas.
La vieja propiedad había dado de sí, en 1959 se construyó un moderno edificio de tres pisos para abrir el Hotel de Ávila, el cual operó hasta finales los años noventa, otro Marcelino, ahora González, compró el hotel y cambió el nombre, hoy se llama Hotel Jardín, el cual sigue dando servicio, tiene varios cuartos con vista a la Plaza Acuña, igual, como aquel viejo balcón.