En la Casa de Mónico Martínez ubicada sobre la calle General Victoriano Cepeda, dónde antiguamente se encontraban las antiguas huertas de Altamira, además de la Leyenda de Mónico, también surge otra historia; la del fantasma del Capitán Francés.
Ésta otra leyenda tiene el mismo escenario pero en una época anterior, se trata de la aparición de un capitán del ejercito Francés, que hace su ronda por las terrazas de la casa, y algunas veces se le puede ver en la sala junto a la chimenea, “de buena estatura, y ataviado con un lujoso uniforme, su espada brilla con la luz de la luna, su botonadura de oro parece resplandecer”.
El oficial se pasea cómodamente por el lugar y desaparece cerca de un vetusto árbol de nogal que se halla en la mitad de la huerta. Aunque un poco acostumbrada la familia con el francés, sus esporádicas apariciones no dejan de producir un leve estremecimiento y algo de miedo.
El origen de esta visión se puede remontar a la época de intervención Francesa entre los años de 1862 y 1867, cuando nuestro estado fue escenario de batallas y combates entre los invasores europeos y fuerzas leales a Don Benito Juárez.
En aquel tiempo se estableció por un corto tiempo la comandancia militar de ocupación, y es lógico pensar que los militares franceses escogieran la huerta por su situación ventajosa al ser la mas alta y podían observar desde ese lugar cualquier punto del valle y los caminos.
De esta manera tenían controlado cualquier movimiento de las tropas Mexicanas.
Después de la cruenta batalla de Santa Isabel próxima de Parras de la Fuente, Coahuila, las fuerzas de intervención fueron retirándose de los territorios ocupados. En plena derrota y con las fuerzas republicanas siguiendole los pasos, los europeos fueron concentrándose en la capital Mexicana, y de la capital fueron retirándose al puerto de Veracruz donde tomarían rumbo a su patria.
Algunos de los oficiales habían tenido encuentros amorosos con damas mexicanas y optaron por quedarse a vivir en nuestro país otros fieles a su causa, recorrieron el territorio para embarcarse y huir a su tierra de origen.
Nuestro personaje se supone formaba parte de las fuerzas del Conde De la Hayrie, o del adusto Jeaninngros que asolaban estas tierras y en esos días se encontraban en franca retirada hacia la ciudad de México.
Se dice que era «apuesto y galante, como cualquier oficial egresado de una escuela militar francesa» que distaba mucho del torpe ordinario trato de los demás oficiales, que había trabado cierta relación amorosa con una joven del barrio del Aguila de Oro cuya belleza le había conquistado, que noche a noche salía de la finca protegido por la obscuridad, burlando su propia guardia a pasar largas horas en la fascinante compañía de su novia.
Todavía en nuestros días se puede observar bajo la escalinata de ladrillo una especie de caballerizas, construidas en la piedra viva, se cree que fueron cavadas por los franceses y que en ese lugar se guardaban los caballos de los oficiales, las pasturas y demás arreos de los jinetes.
Al conocer los sucesos de Santa Isabel, presuroso el oficial escondió los haberes de su tropa y los incontables frutos del «botín de guerra», en un lugar seguro, despidiéndose de su prometida dejo empeñada su palabra de volver en cuanto se diera de baja de su ejercito y solicitara un salvoconducto para regresar.
Diligente salió de la ciudad con la idea de sumarse a las fuerzas imperialistas, que se encontraban en camino de la capital, al llegar a un lugar cerca de San Luis Potosí, su escuadrón fue sorprendido por fuerzas Juaristas y en un rápido combate cayo muerto como muchos de sus compañeros, lo que quedo de sus efectivos, fueron hechos prisioneros.
Celoso guardián de su tesoro o empedernido enamorado, el capitán recorre las terrazas y jardines de la huerta custodiando sus preciados bienes terrenales.