Leyenda de Saltillo: El Tesoro del Copacabana 1

Leyenda de Saltillo: El Tesoro del Copacabana

por Daniel Valdés (publicada en el Diario de Coahuila)

Una de las leyendas más conocidas del Saltillo antiguo ocurrió en el callejón de Miraflores, que durante las primeras décadas del Siglo XX fue la sede de un famoso salón de baile, conocido como el Copacabana.

Actualmente, este callejón forma parte del Centro Histórico e incluso las autoridades han invertido recursos para embellecer este lugar con escalinatas y faroles, pero durante mucho tiempo era una pendiente sin pavimentar.

El callejón de Miraflores es un tramo comprendido entre las calles Manuel Moreno y Pípila. Incluso, en la parte de Escobedo, hacia el sur, es muy angosto y actualmente hay escalinatas, que sirven de acceso a las viviendas.

Esta vialidad se localiza en lo que antaño fue la Nueva Tlaxcala o El Pueblo, en los tiempos de La Colonia. En el trazo del plano más antiguo de la ciudad (1836) ya aparece este callejón.

Un paraje especial

El relato que da lugar a esta leyenda se publicó en El Diario de Coahuila durante la década de los 90 y en el libro Detalles y Leyendas del Saltillo Antiguo, del autor Juan Marino Oyervides.

En el cruce del callejón de Miraflores y Escobedo existió, en las primeras décadas del Siglo XX (entre 1930 y 1940), un viejo y amplio mesón, en el que paraban las carretas con leña, provenientes de las rancherías del sur y poniente del Saltillo antiguo.

Fue durante el año de 1927 cuando ocurrieron los hechos de esta tradicional leyenda del Centro Histórico. En la acera poniente, entre Pípila y Escobedo, se estableció el burdel conocido como Copacabana, donde se bailaban los ritmos de danzón y tango, entre otros.

Según los relatos de la época, era frecuentado por jóvenes y adultos de posición acomodada, que iban en busca de aventuras con las mujeres que ahí laboraban.

Además, los vecinos decían que el lugar siempre fue muy discreto, pues la música no se escuchaba al exterior. Seguramente se debe a que las orquestas se instalaban en el salón posterior y además, era un sitio techado.

El local tenía en su fachada un arco radial, que actualmente ya no aparece en el sitio donde estaba el salón de baile. Había un patio central, adornado con una fuentecilla, rematada con una estatua metálica. Era una bella mujer, de formas anatómicas sugerentes, una especie de odalisca bailarina, que alzaba su brazo derecho vertical y en lo alto sostenía una copa. Esa escultura femenina simbolizaba, en cierto modo, los placeres mundanos, según decían los parroquianos de esa época.

Este punto funcionó hasta los años 50 (1950 o 1955), debido a que Doña Concha, la dueña del Copacabana, envejeció y ya cansada, vendió el inmueble, que pasó a diversos propietarios.

Gregorio López, uno de los vecinos del barrio, durante la década de 1940, dijo que en el salón de baile se conservaban algunas de las pinturas.

Nunca se fueron

Incluso, en ese entonces, se corrió el rumor entre los distintos inquilinos, que era frecuente escuchar la música que se tocaba en ese burdel. Esto ocurría en las noches más oscuras y silenciosas, aunque las melodías apenas eran audibles.

Muchos años después de que este centro de diversión dejó de funcionar, es cuando ocurre esta repetición sobrenatural y extrasensorial, de sonidos guardados por el tiempo, como si hubiese una impregnación musical en esos vetustos muros. Algo de origen paranormal, pues además de las melodías, se escuchan risas y murmullos apagados.

Se supo que los diversos propietarios, posteriores a la clausura del establecimiento, excavaron por todos los rincones de la finca, incluido el patio, en busca de algún tesoro, sin éxito.

Oro en sus manos

La fuentecilla y la odalisca ahí permanecieron bajo el polvo y la intemperie, a cielo abierto. Fue allá por los años sesenta (1960-1965), cuando uno de los dueños decidió que el patio diera una sensación de amplitud y ordenó a unos albañiles derribar la fuente.

Bajo los golpes certeros de la pica cayó la odalisca, cuan pesada era y en su desplome toma la posición boca abajo, pareciendo de manera grotesca, besar el suelo y es ahí donde sucede lo extraordinario, pues se desprende la mano del antebrazo y se quiebra la fina copa. En su caída desprendió monedas de oro y joyas.

Se ignora, hasta la fecha, si los albañiles se beneficiaron, pero trascendió que con ellos estaba el propietario, por lo que es probable que surgiera algún reparto. Lo fabuloso del asunto fue el hecho de que habían transcurrido tantos años y nadie atinó a descubrir aquel secreto oculto, en ese lugar tan impensable e inaccesible.

Al parecer, esos primeros dueños, posteriores a Doña Concha, se mudaron de la ciudad. El destino final de aquella escultural odalisca metálica, nunca se supo.

Con el paso del tiempo, llegaron distintos inquilinos, dependientes también de diversos propietarios.

¿Cuántos años tendría aquel tesoro, en la copa de la escultura? ¿Sería acaso que Doña Concha guardaba esas monedas por temor a un robo? ¿Sería alguna dama de la vida galante quien ahí las guardó?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *